Patricia Palmer encarna magistralmente a Juana, la reina que ha enloquecido de amor y que, durante cuarenta años, fue prisionera en el castillo de Tordesillas. Un unipersonal, escrito y dirigido por Pepe Cibrián Campoy que fascina por la energía de su protagonista, y por su capacidad de hacer transitar por el escenario a otros personajes en la voz de la propia reina: su madre, Isabel la católica; su nieto, Felipe II; su doncella Leonor; y el propio Felipe El Hermoso, su rey y esposo.

La obra es mucho más que un relato histórico, es el desafío de una mujer traicionada en su amor, presa de pasiones y de odios. Aislada por su supuesta locura, Juana es capaz de denunciar la hipócrita sociedad de su tiempo; es ella y todas las mujeres abandonadas que gritan su verdad, aun a precio de ser llamadas locas.

Su desplazamiento por el escenario y los diferentes tonos de voz que vibran en cada palabra de sus poéticos monólogos logran una fuerza escénica que conmueve y deslumbra. Las perfectas luces diseñadas por Carlos Gaber y el propio Cibrián dan marco a un escenario minimalista donde solo se destaca el trono, símbolo del poder y de la soledad de reina.